OPINION
Terapeuta Lilia Pérez Amador |
Si se mirara en retrospectiva, qué impresión darían las familias de hace 50 años que cenaban reunidos en la mesa y platicaban de su quehacer diario, en contraste con la de hoy en día, donde cada quién se sumerge en su propio mundo y pueden pasar días sin cruzar palabra.
La doctora terapeuta Lilia Pérez Amador se hace esa pregunta tras la experiencia que le ha dejado atender casos donde las familias viven desunidas, en constante conflicto y culpándose los unos a los otros. Y si la respuesta no es tan fácil como pareciera, si lo es advertir que de no remediarlo, la sociedad irá en declive.
Atribuye esta realidad a la globalización que, dice, va absorbiendo a las personas en tareas donde no interactúan entre sí, dejando a la deriva a cada miembro. Desde familias de un solo miembro o reestructuradas hasta las tradicionales o con padres del mismo sexo, nadie escapa al problema, aunque en todos yace la solución: pasar más tiempo juntos.
Los sin tiempo y los sin padres
Las largas jornadas de trabajo a las que se someten los padres para poder salir adelante o sobrevivir, traen como consecuencia el olvido de los niños. La terapeuta cree que es mínimo el tiempo que están en casa, y ello se refleja en la formación de los infantes, quienes aprenden de la televisión o el Internet, sin que puedan diferenciar entre el bien o el mal.
“No se ponen de acuerdo en educar e insertar los valores importantes. Y el niño necesita una figura que le enseñe, alguien que mediatice al información”, detalla Pérez Amador.
Asegura que se pierden entonces, la confianza en los sistemas estructurales, el respeto hacia los mayores y hacia los demás, la unión y cooperación, y nacen las angustias, el estrés (incluso en los más pequeños), la soledad y en muchos casos la violencia.
Para recuperar la fuerza de la familia, comenta la terapeuta, no es necesario que la mujer vuelva a la cocina, ni que el hombre sea el único que aporte en la casa, sino dejar de culparse tanto, y comenzar a pasar tiempo junto. Aceptar a los demás como son, en vez de juzgarlos y rechazarlos.
“En vez reunirse a ver la tele, salir a un parque, en vez de estar cada quien en su computadora, tener un actividad en conjunto como un juego de mesa. Eso realmente haría la diferencia. Incluso platicar haría la diferencia”, añade.
La reflexión es algo que no se puede evitar. “Todos debemos preguntarnos en estos tiempos, qué estoy haciendo bien o mal por y para mi familia”.
FUENTE: www.vanguardia.com
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